En un rincón soleado de un campo andaluz, entre surcos y trigales, se alza una figura que llama la atención de todo el que pasa: una flamenca espantapájaros. Lo curioso no es solo su tarea de ahuyentar gorriones y mirlos, sino su aspecto festivo y casi humano.
Lleva un sombrero de paja grande que la protege del sol y, en vez del típico atuendo de espantapájaros, viste un traje de flamenca con volantes verdes, rosas y blancos, como si en cualquier momento fuera a arrancarse por sevillanas.
Los agricultores dicen que los pájaros se quedan tan sorprendidos al verla que se olvidan de picotear el grano y, a veces, hasta parece que bailan a su alrededor. Esta flamenca, hecha de retales y mucha imaginación, se ha convertido en la reina del campo y en el secreto mejor guardado para mantener las cosechas a salvo, demostrando que incluso en lo más cotidiano puede haber un toque de arte y alegría
Que espantapájaros más chulo
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