Un labrador fue un día a trabajar en su viña y en una de las cepas encontró un hermoso racimo de uvas ya maduro. Era grande y muy apetitoso y lo cortó pensando llevárselo a su mujer para que se lo comiera.
Muy contenta se puso su mujer cuando vio el racimo de uvas tan hermoso y lo guardó cuidadosamente, después de agradecer a su marido el detalle que había tenido.
Al día siguiente vio la madre que su hija pequeña estaba jugando y pensó que la niña disfrutaría mucho si comiese aquellas uvas y, cogiendo el racimo, se lo dio.
La niña se acordó de su hermano, que estaba ayudando a su padre en las tareas de la granja y pensó que su hermano tendría mucha sed y podría descansar un poco mientras se comía el racimo y fue a buscar a su hermano y se lo dio.
Recogió el muchacho el racimo con una sonrisa y ya iba a comer la primera uva cuando pensó que en aquellos momentos su padre estaría trabajando fatigosamente y supuso que encontraría un gran placer al refrescarse con el jugo de aquellas uvas. Tomó el racimo y se fue al lugar donde trabajaba su padre, al que obsequió con el racimo de uvas.
El padre adivinó lo que había pasado y se llenó de alegría al ver el cariño que había en su familia.
Aquel mismo día, a la hora de comer y cuando toda la familia estaba alrededor de la mesa, sacó el racimo y lo comieron entre todos.
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